Nepotismo, amiguismo y la rabia de los que no son del poder
“La corrupción es una consecuencia de la concentración de poder y la ausencia de rendición de cuentas, prácticas antidemocráticas que han arrastrado la silla presidencial a una mesa familiar, con cupo para el cónyuge, hijos, hermanos, tíos, sobrinos, cuñados y una larga lista de nunca acabar”: CNA en su informe #ConcentraciónDePoder
Por Emmanuelle Barozet y Vicente Espinoza*
El nepotismo y amiguismo dañan la democracia porque permiten a los clanes capturar el Estado.
En un país desconfiado, desde el presidente al alcalde, respiran tranquilos con familiares y amigos en los cargos.
¿Quién amenaza hoy este “conveniente orden”?
Pues la prensa fiscalizadora y la creciente molestia de quienes tienen capacidades, pero no son de ninguna argolla y quieren su tajada en el acceso a los cargos.
No hay necesidad de caer en lo que hizo el expresidente y millonario empresario chileno Sebastián Piñera al nombrar embajador a su hermano.
Frente al diluvio de cuestionamientos y ante la posibilidad que la Controlaría lo desautorizara, el presidente emitió un comunicado en el que, luego de detallar los méritos de su hermano, concluyó: “Aquí no existe ningún acto de nepotismo ni mucho menos de descuido del interés público, pues su nombramiento no obedece a su calidad de hermano ni a ningún interés particular, si no sólo a un legítimo interés público”.
¿Cómo es que un presidente puede decir que tal designación no es nepotismo?
En todo caso, el problema agobia a muchos gobernantes que dirigen su país como una hacienda particular.
Nepotismo es la selección de candidatos a cargos públicos y privados de las redes familiares o de amistad por sobre las reglas de la meritocracia y del interés general.
No se trata, por lo tanto, de escoger personas que no tengan mérito o currículo, sino dejar de lado a personas que podrían ser idóneas para un cargo o beneficio, pero que no cuentan con las redes de acceso.
Las consecuencias negativas de ambas prácticas son conocidas porque permiten controlar los recursos del poder y del aparato público… y posibilitan la “captura del Estado”.
Al facilitar el desarrollo de personalismos, se debilita también la institucionalidad pública: no importa que el pariente o el amigo esté bien preparado, lo importante es que los intereses particulares sustituyan al interés general.
Además, en la mayor parte de los casos, nepotismo y amiguismo tienen consecuencias perversas, pues generan relaciones laborales menos exigentes o productivas que las relaciones de trabajo no mediadas por la familia o la amistad.
El nepotismo es un problema transversal desde la vuelta a la democracia en algunos países latinoamericanos y generan un creciente rechazo.
La idea de que todo se transa por cargos, de que se buscan puestos en el gobierno independientemente de las calificaciones de las personas, eso es lo que a la gente la tiene irritada con la política.
Pero como los nombramientos de familiares no son ilegales, sino reñidos con los estándares éticos actuales, los responsables tienden a demorarse en asumir que esas designaciones son problemáticas.
Y lo son.
Tal decisión afecta en la popularidad de los políticos que practican el nepotismo.
Hoy los medios de comunicación están obligados a escrutar más directamente la filiación de quienes son nombrados en cargos públicos (sus redes familiares, currículo, experiencia, edad, renta… en resumen, su mérito).
Todo gobierno enarbola la bandera de la justicia y de la excelencia, pero esa idea no sale bien parada de las indagaciones de la prensa.
En sociedades tan segregadas como las latinoamericanas, las personas no tienen muchas oportunidades de conocer a gente de otros círculos sociales, en las etapas formativas de la vida. Se sabe que las lealtades familiares y las que se forman en la educación escolar se trasladan luego a la universidad y a los ámbitos laborales y políticos.
No debe extrañar tanto que en la política se recurra a un tipo de práctica que se replica en el resto de la vida social, tanto en la elite como en las clases medias altas.
También las clases medias bajas y grupos vulnerables recurren a sus contactos personales para conseguir lo que no les ofrece ni el mercado ni el Estado, aunque lo hacen en menor medida.
Los apellidos funcionan como marca.
La visibilidad de los apellidos tiene el mismo efecto que el nombre de personas mediáticas para un electorado cada vez menos interesado por la dimensión programática de las campañas.
En esa mayor incertidumbre del juego electoral, los partidos optan por cartas seguras: candidatos no necesariamente idóneos, sino apellidos conocidos.
La forma de financiar las campañas hace que los candidatos que cuentan con fortuna familiar o con acceso a fondos y préstamos por sus parientes ya instalados en política o la empresa privada, corren con gran ventaja.
El nepotismo está enraizado en aspectos tan centrales de la sociedad que quizá el error que cometemos ciudadanos, periodistas, políticos e investigadores preocupados por la corrupción, es pensar que a través de leyes cada vez más estrictas se podrán impedir esas prácticas.
Tras cada escándalo surge un tren de reformas a las leyes… sin resultados a pesar de su costo y limitaciones.
Hay que celebrar las leyes que regulan nombramientos y contrataciones, pero la práctica muestra que muchos de los sesgos que se buscaban eliminar, persisten.
Eso muestra que la ley no es la respuesta más eficiente, aunque sí necesaria.
La sociedad tiende a olvidar que gran parte de la política descansa en un bien muy escaso: la confianza, que no se genera ni por ley ni por decreto.
La confianza en los políticos y gobernantes es muy baja.
La encuesta de Latinobarómetro descubrió que “somos la región del mundo más desconfiada de la tierra”.
Entonces, si nadie confía en nadie, ¿cómo pedir a las autoridades que elijan sus colaboradores con otra vara que la de la confianza, particularmente para cargos de alta exigencia y donde las decisiones impactan sobre la vida de muchos?
Los latinoamericanos privilegian la confianza al elegir a sus colaboradores.
La realidad indica que no debería sorprender en un país y un continente donde escasamente se confía en las instituciones y menos aún en quienes no se conocen personalmente.
En política, es la confianza, y ¿en quién puede uno depositar la confianza más que en un hijo?
En un familiar… sí. Entonces, ya cuando no hay más familiares que estén metidos en política, se empieza a buscar las amistades..
La pregunta es: ¿quién en América Latina no ha conseguido un trabajo mediante un amigo, un familiar? Claro, podemos decir que no somos parte del selecto grupo de los poderosos, pero ¿no será que apelamos al mérito cuando nos conviene y denunciamos el nepotismo y el amiguismo en los demás, pero no en nosotros?
Es habitual en la política encontrar dinastías familiares que se extienden a redes amistosas.
Esas redes se reparten de la siguiente manera: en los casos más exitosos, el mayor de la familia toma el cargo de parlamentario, algún hijo o hija es alcalde de una ciudad y los nietos, cuñados, ahijados, hermanos y otros amigos ejercen de concejales.
Es decir, esto alcanza también los cargos por elección popular.
O sea que todo sucede como en la película
del gran Vito Corleone, en donde todos trabajaban para él, muy muy fielmente.
Y entre ellos, por ejemplo, está su hijo, el diputado, su hermano que fue alcalde de la ciudad, etc.
Las redes del nepotismo aseguran una potente forma de acoplar recursos para solucionar los problemas de los vecinos.
Lo que no se puede solucionar con fondos municipales se financia con aportes del gobierno o de alguna partida del Congreso.
A ojos de los ciudadanos de a pie, da lo mismo de donde viene el dinero, cuando el vecino obtiene las planchas de zinc, la sede de la junta de vecinos o la silla de ruedas para la abuela. Esta coordinación es lo que se llama “la máquina”, donde el centro es muchas veces un parlamentario en el esquema político actual, gracias al creciente debilitamiento de los partidos políticos.
¿Entonces es o no escandaloso que las autoridades nombren o hagan elegir a sus cercanos en puestos de poder o es un mal necesario?
Por la falta de confianza generalizada y la necesidad de bajar costos de transacción, parece que es un mal inevitable, por lo menos hasta cierto punto.
La respuesta a si es escandaloso claramente que sí lo es.
El mayor desafío que enfrenta hoy una clase política desacreditada y que ha copado los cargos del Estado es entender que una nueva generación crecida bajo esta consigna también quiere su tajada en el acceso a los cargos de decisión.
*Centro de Estudios de Conflicto y Cohesión Social de Paraguay

